
Miro el despertador. Los números marcan unas brillantes cinco de la mañana. Me doy la vuelta sabiendo que es en vano y termino por encender la luz y ponerme a leer.
Recorro las páginas con la mirada sin prestar mucha atención a lo que dicen. A los pocos minutos me doy por vencida. Por lo visto no es compatible mi cerebro de madrugada con la leyenda de mesoámerica de "Quetzacóalt como lucero del alba".
Doy vueltas por la habitación mientras las paredes parecen acercarse cada vez más. Me aburro y las horas no avanzan. Me tumbo y escucho al genial Rossini y su Ceneretola. Poco a poco mi mente vuela (esa maldita chispa divina de la que tanto he oido hablar). El mundo está cada vez más lejos y yo estoy más alto donde no hay problemas. Aquí, donde todo es silencio, donde no hay un cuerpo que te atrape, sentimientos que te contaminen comienzo a dilucidar.
"Nuestra vida es como un sueño. Pero en las mejores horas nos despertamos lo suficiente como para darnos cuenta de que estamos soñando. La mayor parte del tiempo, sin embargo, estamos profundamente dormidos."
En esos segundos en que somos conscientes de que soñamos una profunda melancolía nos invade y nos da la sensación de que se nos para el corazón. Tenemos una verdad que nadie sabe. ¿qué es preferible no saber que es un sueño y ser feliz o vivir triste sabiendo que no es real?